Comentario
A lo largo de más de un siglo (sobre todo entre la muerte de Carlomagno y el ascenso de Otón I al trono de Germania) la Cristiandad se vio aguijoneada por los ataques de distintos pueblos. A través de sus senderos (sarracenos), del curso de sus ríos (normandos) o de las viejas calzadas romanas (los magiares) Europa fue víctima de un conjunto de razzias que la imaginación de los cronistas -casi todos ellos eclesiásticos- magnificó a la categoría de plaga apocalíptica. A la postre, como dice L. Musset, el continente y las islas arriesgaron más su seguridad que su propia existencia. Los feroces incursores acabaron por ser asimilados por las estructuras politices, sociales y religiosas de los países a los que habían hecho víctimas de sus sevicias. Pasada la mítica barrera del año 1000, los pueblos que protagonizaron las segundas invasiones crearon un cinturón de Estados sobre las periferias carolingia y bizantina. Las segundas invasiones, en definitiva, contribuyeron de forma decisiva a completar el mapa de Europa.
De entrada hay que destacar un hecho que a menudo se olvida: las segundas invasiones no carecían de precedentes.
La llegada de los sarracenos suponen el último coletazo sobre Occidente de la gran expansión musulmana tras la muerte de Mahoma. A diferencia de ésta, las incursiones sarracenas carecen de un programa coherente y son el resultado de meras operaciones de pillaje preparadas desde el Norte de Africa o desde algunas localidades hispano-musulmanas como Pechina, en las cercanías de la actual Almería.
Los mayores éxitos sarracenos se obtuvieron con la ocupación de Sicilia y algunas ciudades del Sur de la Peninsula Itálica como Benevento, Bari y Tarento. En el 846 se presentaron en las afueras de Roma. En el 890 se instalaron en Frejus (Provenza) convertida en base de operaciones contra el tráfico alpino.
La reacción vino de manos de los señores locales, de las fuerzas bizantinas y de algún monarca occidental como el lotaringio Luis II. Hasta el 973 los sarracenos se mantuvieron en Frejus. Su expulsión de Sicilia se haría esperar aún varias generaciones.
Hablar de pueblos de las estepas en relación con Europa es remontar la memoria a algo ya tópico: a Atila y sus hunos, y a los ávaros en fecha posterior. Pero el periodo de segundas invasiones es hablar también de una gran variedad de pueblos cuyos campos de expansión han sido muy distintos. Buena parte de ellos se orientaron hacia la Europa oriental. Los búlgaros -creadores de brillantes realidades políticas- edificaron entre los siglos VII y XI un primer imperio en los Balcanes rival del de Constantinopla. Pechenegos y cumanos ("la retaguardia de los caballeros nómadas" en expresión de L. Musset) resultaron, con sus razzias, incómodos vecinos para bizantinos, rusos de Kiev, búlgaros y húngaros hasta muy avanzado el siglo XI. Los jázaros, dotados de menos movilidad, se establecieran en el Volga inferior desde fines del VII desempeñando una notable actividad comercial y convirtiéndose mayoritariamente -caso único en la Historia- al judaísmo.
Serán los magiares el pueblo de las estepas con mayor incidencia en la historia de la Europa Occidental. La tradición fija en el 896 la fecha en que las siete tribus húngaras unificadas por el caudillo Arpad cruzaron los Cárpatos y se instalaron en la llanura panónica. Durante más de medio siglo, y gracias a una caballería extraordinariamente móvil, los magiares organizaron profundas incursiones en el Occidente con una periodicidad casi anual.
El territorio alemán fue particularmente castigado, pero tampoco se vieron libres otras tierras también atacadas por sarracenos y normandos. Así, en el 924, la zona del Languedoc fue hollada por la caballería húngara. En el 947, la región de Otranto sufría los efectos de una incursión. La eficiencia militar de los magiares y la anarquía política en que se debatía Occidente favorecieron notablemente estas operaciones. Desde el 950, los alemanes consiguieron organizar una defensa más eficaz. Cinco años después, el rey de Germania, Otón I, aplastaba a la caballería magiar en Lechfeld, delante de los muros de Augsburgo. La batalla puso fin a las grandes incursiones húngaras sobre el Occidente. En los años siguientes maduraría el proceso de sedentarización y cristianización de este pueblo.
El asalto de piratas noruegos a la isla-monasterio de Lindisfarne el 793 se acostumbra a tomar como punto de arranque de las incursiones normandas. Los grandes ataques, sin embargo, observa F. Donald Logan, sólo se producirían a partir del 834 al calor de la inseguridad del imperio franco.
De todos los protagonistas de las segundas invasiones los reconocidos en las fuentes como vikingos, normandos, machus o russ fueron los que más profunda huella dejaron en la memoria colectiva. Nadie como ellos adquirió una imagen tan apocalíptica y demonizada.
Sin embargo, en torno al 800, los normandos no eran desconocidos para la Cristiandad occidental. Ya desde el 700 (misión de san Wilibrordo) se había hecho un intento de evangelizar Dinamarca. Un siglo más tarde, el rey Godofredo construía un muro (el danevirke) para protegerse de los francos conquistadores de Sajonia. Mercaderes frisones, súbditos de los carolingios, tenían establecimientos en torno al lago Mälar...
Las causas de la gran expansión normanda pudieron ser varias. Se ha hablado de cambios climáticos en las dos penínsulas nórdicas; de superpoblación; de odio a los cristianos, de acuerdo con la visión muy ideologizada de los monjes-cronistas; de la existencia de unas aristocracias militares en Jutlandia y Escandinavia que, con escasas perspectivas en estos países, hubieron de labrarse su fortuna en el exterior. Lo que sí parece claro, de acuerdo con las investigaciones arqueológicas (Oseberg fundamentalmente) es que los normandos disponían de un eficaz equipo militar y, sobre todo, de rápidas embarcaciones que les permitieron alcanzar desde las islas del Atlántico Norte hasta el mundo bizantino y musulmán.
No resulta fácil fijar las líneas maestras de la expansión normanda. Se ha hablado de tres momentos: la etapa de la depredación, la del establecimiento de colonias y la de la creación de auténticos Estados. Por lo que se refiere al protagonismo y los campos de actuación se ha hecho también una división ya clásica: noruegos, daneses y suecos.
Los normandos noruegos fueron los más madrugadores y los que más lejos llegaron en sus expediciones. Al saqueo de algunos monasterios ingleses a fines del siglo VIII siguieron, a partir del 809, terribles depredaciones sobre Irlanda en donde llegarían a establecer un reino que, con distintas vicisitudes, se mantendría hasta el año 1000. Sobre el continente y tomando como bases algunas islas costeras y las desembocaduras de los ríos, los noruegos dejaron sentir su peso sobre Nantes (843), las costas astures y galaicas, Lisboa y Sevilla. Las mayores hazañas sin embargo, las acometieron en la ruta vikinga del Oeste ("vestrvegum i vikingu" denominada en los monumentos rúnicos y en la literatura de las sagas) marcada por una diagonal insular: Shetland y Feroe (a partir del 825); Islandia (desde el 865) y Groenlandia (hacia el 985) alcanzada por Erik el Rojo. En los años siguientes, su hijo Leif Erikson pondría el pie en el litoral de América del Norte.
Las hazañas depredadoras de los daneses se iniciaron de forma sistemática con el saqueo de Durstel en el 834. Las rivalidades entre los sucesores de Carlomagno favorecieron las operaciones de rapiña que las poblaciones del Occidente trataron de evitar pagando pesados tributos conocidos como danegeld. La memoria histórica guardaría el recuerdo del caudillo Hasting que en el 859 y al frente de 62 navíos organizó una gigantesca razzia que alcanzó las costas de Marruecos, cruzó el estrecho de Gibraltar y depredó las Baleares, las bocas del Ródano y parte del litoral italiano.
Sin embargo, las correrías danesas tuvieron como objetivos esenciales Francia e Inglaterra en donde acabaron creando importantes establecimientos permanentes.
La conquista de Inglaterra se inició, de manera coordinada, a partir del 865 en que un gran ejército danés ocupó Anglia Oriental y Northumbria. Meses más tarde le tocó el turno a Mercia. En el 872 caían Cambridge y York. La resistencia nacional anglosajona fue encabezada por el rey de Wessex Alfredo el Grande. A su muerte (899) se había alcanzado una cierta estabilidad: el reino de Wessex cubría todo el Suroeste de Inglaterra, mientras que los daneses se situaban en una zona (el Danelaw) en cuyo centro se alzaban las cinco plazas fuertes de Derby, Leicester, Lincoln, Notingham y Stamford. En los años siguientes, los sucesores de Alfredo, Eduardo y Edgardo reemprendieron la ofensiva. En el 973, este último se titulaba rey de Inglaterra y jefe de las Islas y de los reyes del mar, lo que suponía el reconocimiento de su autoridad por los caudillos normandos del Danelaw.
La gran ofensiva danesa sobre Francia se produjo a partir del 878 en que un ejército rechazado de Inglaterra por Alfredo cayó sobre el continente. Durante algunos años una amplia área fue objeto de sistemático pillaje. Sin embargo, los invasores fueron detenidos delante de París por el duque Eudes en el 884. El desgaste generalizado condujo a la suscripción de un acuerdo: el monarca carolingio Carlos el Simple otorgó al caudillo danés Rollón convertido al Cristianismo el territorio sobre el canal de la Mancha que recibiría el nombre de Normandía. El tratado de Saint-Clair-sur-Epte era así (911) el primer paso para la estabilización de los normandos en el continente.
Bajo el nombre de "i austrvegi" las sagas escandinavas conocían la ruta del Este, el camino de los normandos suecos por el espacio ruso. Una cuestión que se entrevera con la historia de otros pueblos: los eslavos.